¡Lo encontré! O eso creía… ¿Serían verdad las historias que
mi anciano abuelo nos contaba a mi hermano y a mí? Estoy casi seguro que sí…
tenía que comprobarlo y no quedarme con la duda.
Desde que tengo memoria mi abuelo nos contaba las hazañas
del Capitán Palabra de Palo; decía que una vez perteneció, como simple grumete,
a su navío, “era precioso, un navío de tres cubiertas con arboladura a palo
seco, totalmente aparejado y armado, con 104 cañones de bronce montados en cureñas
a la inglesa, pintadas de rojo y situadas en posición de tiro delante de las
bordas”. Grandes fueron las aventuras del capitán y conocido por los siete
mares era su tesoro, lleno de oro y joyas, más grande de lo que ninguna persona
pueda imaginar.
Ocultó el tesoro en una pequeña isla del mar Caribe y sólo él
y su tripulación conocían su paradero. Pero Palabra de Palo, “el mejor capitán
que ha surcado los mares, muy generoso y solidario con sus amigos y compañeros”
decía mi abuelo, sucumbió a la codicia que le generó tener tanto oro, perdió la
cabeza…
Después de hacerse con más botín, como siempre, se dirigió
con su barco y su tripulación hacia la isla donde guardaban el tesoro, pero
esta vez otros eran sus planes: no iba a dejar que nadie se quedara ni una
pizca de aquel tesoro que tanto le había costado conseguir, era suyo y de nadie
más. Decidió dejar allí a toda su tripulación, abandonarla, asegurándose de que
nadie más sabía el paradero de aquella isla, solo quedaba un pequeño mapa que
guardaba en su despacho del galeón, “detrás del cuadro con un loro pintado, yo
vi una vez como lo guardaba” decía mi abuelo.
Pero el astuto capitán cometió un grave error pues ese navío
no podía manejarlo una persona sola, no podía llegar muy lejos. Y así sucedió,
se perdió en el océano Atlántico y nunca más se supo del pirata y su barco,
tampoco de su tesoro.
¡Hasta el otro día! Mi hermano, Álvaro, ha encontrado su
barco, o eso cree él… es igual que el que mi abuelo nos describía en sus
historias.
Estaba de excursión, me llamó en seguida:
- ¿Sí, dígame?- contesté
- ¡Carlos! ¡Lo he encontrado! ¡Lo he encontrado!- gritaba mi
hermano
- ¿Qué has encontrado el qué? – le pregunté desconcertado
pues en aquel momento no sabía que me decía.
- ¡El barco! ¡El barco!- repetía con nerviosismo
- ¿Qué barco? No sé qué me estás diciendo… – Pues hacía años
que mi abuelo me contaba esas historias y en ese momento no caía en la cuenta
- ¿Te acuerdas de las historias que nos contaba el abuelo?
¿Las del Capitán Palabra de Callo o algo así?- Preguntó, ahora sí, más calmado.
- ¿Quieres decir el Capitán Palabra de Palo? Esas eran
historias que el abuelo nos contaba para dormirnos, no existió.
- Pues te equivocas, ¿te acuerdas del barco que el abuelo
nos describía una y otra vez? Pues estoy delante de él. Ahora no puedo hablar
más, estoy de excursión en un museo y te estoy llamando desde una cabina
telefónica. Luego cuando llegue a casa te cuento más…- Concluyó y colgó el
teléfono.
Me quede dubitativo, pensando en lo que Álvaro me acababa de
contar. Al principio seguía sin creérmelo, pero cuando volvió de la excursión y
me describió el barco que había visto, no había lugar a duda: ¡era el mismo
barco! Pero había un problema, no se acordaba de cómo era el nombre del lugar
en el que estaba el barco.
- ¡De verdad que no me acuerdo!- insistía Álvaro- aunque…
quizás… ¡Pueda acordarme de cómo llegue hasta allí!, lo único que tengo que
hacer es tratar de recordar el camino y tratar de seguir los pasos desde que
salimos del cole…
- Pues venga haz memoria y escribe los pasos- le dije a la
vez que le di un cuaderno y un bolígrafo, pues empezaba a impacientarme.
Álvaro cogió el bolígrafo, miró hacia arriba mientras sacó
la lengua con aire pensativo y se puso a escribir:
Primero: Salimos
del colegio dirección noroeste, por la avenida grande, en dirección a la
estación de trenes con una gran cúpula, pasando por el paseo de una infanta
cuyo nombre no recuerdo hasta llegar a la calle del que fue rey de España entre
1874 y 1885.
Continuamos un buen rato andando sin salirnos de esa calle
mientras íbamos pegados al parque más grande de todo Madrid.
Segundo: Aquí no
recuerdo del todo bien por donde torcimos, no estoy seguro si hacia la
izquierda por la calle del autor de la obra “Laberinto de Fortuna” o por la del
rey de España sucesor de Felipe III; pero sé que tomamos la calle nada más pasar
una de las puertas del parque: ésta era de las más grandes y tenía unas
escaleras que daban a la calle, allí nos sentamos a descansar un poco.
Pues bien, bajando por una de esas dos calles (cuando vea
las escaleras de la puerta del parque sabré cuál es) hasta el final, a mano
derecha, se encuentra el museo.
Tercero: Una vez
sepamos el nombre del museo será muy fácil encontrar el barco: hemos de entrar
dentro del “museo”, buscar la “colección”, y el navío es una de las “10 piezas
clave”. ¡Ahí es donde está! ¡Sigue igual, como nuestro abuelo nos describía!
Rápidamente nos pusimos en marcha… debíamos entrar de
cualquier manera y coger aquel mapa del que nadie sabía de su existencia.
Una vez tuviésemos el plano podríamos ir a buscar la isla
del tesoro y descubrir todas aquellas joyas y monedas de oro que llevan siglos
ocultas. (Continuará…)